martes, 10 de septiembre de 2019

Cuatro horas después

¿Hechos a imagen y semejanza de Dios?: no es posible. Porque entre Sus Infinitas Perfecciones cabría la habilidad para el escarmiento. Y no es nuestro caso.
Así que como otrora creo haberos relatado la experiencia inefable que supuso el montaje de una estantería para la cocina, hoy arduamente reconozco que de nuevo nos hemos dejado seducir por la tentación demoníaca y estamos inmersos en la primera fase del bricolaje imprescindible para la construcción e instalación de un mueble donde guardaremos los zapatos que no entran en el anterior.
-- Eso se llama zapatero.
-- No quería ni formular esa palabra, ni mencionar el nombre maldito del infausto "sansirolé" que hace años nos hizo la vida tan imposible.
-- Prosigue, pues.
La primera impresión al desembalar las piezas de la estructura fue su complejidad y lo laberíntico del mapa que había de guiar nuestros pasos o precipitarnos al abismo de la desolación. Descripción y dibujos, viñetas numeradas, etc. parecían abstraerse como los más ignotos pergaminos, infestados de una enigmática escritura que los arqueólogos pretendieran descifrar en vano, tal era su remota y arcana condición.
De forma insidiosa, el "legajo de instrucciones" aseguraba con pérfida hipocresía y afilado sarcasmo que la operación duraría una hora, con el concurso de una sola persona para su desarrollo...

Cuatro horas después (y omito los pormenores), la destreza de Lady Taladro y el apoyo en ocasiones errático aunque pleno de inocencia y buenas intenciones fallidas del Hipocampo, dan cima a la aventura, con la satisfacción del objetivo alcanzado, del final, aunque agotador, resueltamente victorioso. 

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