miércoles, 1 de julio de 2020

El rito

30 años para inaugurar el rito; para establecerlo, para ir asentándolo. Para hacer que merezca tal nombre.
Algo faltaba siempre: una definición, un aliciente, un detalle que cristalizara en esa marca distinta con la que cosas sencillas encuentran su realización, su cabal sentido, su porqué.
Y ahora, ingresando con su carácter de símbolo, su brillante textura, su, ¿por qué no?, sobria nobleza náutica, resulta que era este elemento el que tardaba en asomar, deslizando despacio por la mente las indecisas sugestiones demoradas, los presentimientos.

Los caprichos suelen trenzar lo frívolo con lo superfluo. Pero por la vida, y para no sucumbir más de lo indispensable, conviene rodearse, apoyarse en, valerse de. Conviene dar a las fantasías el delicado sitio que el brutal materialismo pragmático se empeña en regatearles. Conviene echarse a volar (y es casi metáfora) de vez en cuando; o subir en un globo aerostático que nos muestre con claridad hermosa y ancha perspectiva los variados matices, los colores de un mundo así sea interior. Prender luces de verbena, dejar que suenen con pícaro desmayo los bronces, las notas alegres de los bombardinos, mientras hasta el final, y que así sea, el sol se duerma cada tarde en esta terraza de mar que añora el dry martini, el art-decò y  el Titanic.

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