lunes, 27 de julio de 2020

El dulce calor de las lágrimas

Cuando en el 92 fui a inscribirla en el Registro Civil, orgulloso más que ninguno, viviendo el rito y la sucesiva tradición como si fueran únicos, un tanto Hipocampo flotando en la euforia y las endorfinas o feromonas que fueran del acontecimiento, seguramente no reflexioné, no reparé en que yo estaba reproduciendo gozoso un ciclo tuyo.
Y ahora, por mor de una rectificación necesaria de unos datos personales que figuran con error en mi expediente, recibo casi como un incunable la copia del documento (entonces todo aquello se manuscribía) en el que tú, a tu vez, y más de 70 años atrás, me habías precedido (como en tantas cosas después) en la misma gestión correspondiente, para darme de alta con los pormenores de la filiación, etc. como firme e inapelable rama de tu tronco.

Tu firma al pie del acta, tu reconocida caligrafía, a través del tiempo, del Tiempo, han sido más que suficientes.

 

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