domingo, 16 de septiembre de 2018

La Charo, mística y fría,

de aquella peluquería
de la lejana canción,
también va cumpliendo años.
Y un moderado montón
de sensibles desengaños
sobre su rostro ha dejado
surcos que son las señales
del Tiempo, finos cristales
algo antiguos y arañados.

Cuantas notas musicales
suspiraron sus amores
locos y desenfadados,
¿son sus recuerdos mejores?
¿o son hoy como puñales
y, otros días, arenales
que arrasaron, obstinados,
querencias y carnavales?

Dicen quienes lo conocen
que su carácter cambió
cuando se mudó de oficio:
mayordomo pontificio,
para después recalar
en esa floristería
donde en sus postreros días
sus ríos darán al mar.
Los cabellos que le quedan
-- rizados si bien dispersos --
se los recoge en un moño;
y puede que si le llegan
los rumores de estos versos
se asombre y exclame ¡Coño!

(Nota sinuosa del Hipocampo: estas rimas aluden a cierto personaje de semificción, veterano ahora y cordobés de toda la vida.)

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