-- Anoche no te decidiste. ¿Y hoy?
-- Hoy, cariño y respeto. Y silencio; ya habrá ocasión...
-- No estés tan seguro...
-- Desde luego.
Pero hoy sigue la duda. En fin, adelante.
Expresiones hay para casi todo. "Se agolpan los recuerdos."
Los de casi medio siglo (¡qué vértigo!) de nuestra vida.
Con la cordialidad a toda prueba de los camaradas, te fuimos diciendo Lucerito, Capitán Purillo, Rey de la Palanca (de vibrato, en la guitarra eléctrica)... Cuando te llamaba por teléfono, o cuando nos encontrábamos con el medio abrazo circunspecto del saludo entre hombres de respeto, yo te nombraba Antonio, y una de mis absurdas neuronas me hacía pensar que era nombre de romano antiguo; o de peluquero, como habría dicho mi viejo profesor de francés, aquel Mr. Déjean que iba a dar las clases en San Francisco de Paula, montado en su bicicleta.
Tú más sobrio y yo más excesivo, coincidimos en mucho de lo fundamental. Fueraparte, nuestras bromas recíprocas eran sobre tu "sonido callejón" y mi adscripción a la lealtad del "chorus". Nuestros cotilleos, sobre figurones de la música y su industria, cuyo análisis reiterado y zumbón volvía una y otra vez, tántas fueron, entre comilonas y tertulias de sobremesa. Conservadores de pensamiento, confidentes sobre aventuras románticas verdaderas o soñadas, todo un rumbo discontinuo pero firme, desde las "galas" con los Pekenikes...
De estas últimas temporadas, el propósito permanente de volver a esos microsurcos, que ahora ya, frustrado, me produce un arrepentimiento impotente e inútil.
Lo sé, nos vamos yendo y cada vez, quién lo diría, el trance nos toma más a traición que por sorpresa: así de avestruces somos, de trapos que insisten en borrar los trazos de tiza de nuestras endebles pizarras.
Así de imbéciles "héroes" en un incorregible desastre, en un único, inevitable y garantizado naufragio.
¿Me avisarás si hay algún sitio luego, un pentagrama más para juntarnos?
-- Anoche, ni una lágrima. ¿Y hoy?
-- Hoy, al final de estas líneas, me estoy desquitando. ¿Qué otra cosa, si no?