jueves, 14 de mayo de 2015

Con sus sabias palabras técnicas,



con su vocabulario profesional, mi doctor internista viene a decirme que:
Leído el informe que se desprende del TAC o resonancia al que me “invitaron” días atrás, no aprecia circunstancia que deba preocuparnos, fuera de lo que la edad, acumulativa e implacable, trae de suyo. O sea, que estoy bien de la cabeza.
No lo veo claro. Bien de la cabeza… ¿yo?
Y ¿cómo no van a haberme afectado los padecimientos innumerables que han ido aportando a mi itinerario “las mujeres que fueron mías”, que decía cierta canción?
¿Cómo van a ser inocuos el miedo pánico, el carácter hipocondríaco, la APRENSIÓN insuperable, los desvelos que en ocasiones zarandean nuestro devenir, como el catálogo paradigmático de las más acendradas zozobras que algún personaje planteara en un guión escrito por W. Allen?

(La salita de espera anterior a la consulta no pasa de diez asientos disponibles. Quizá es un cuadrado irregular con menos de tres metros de lado.
¿BIEN de la CABEZA, cuando hombre y mujer chinos abren sin freno el alto guirigay de su caudalosa, incesante charla de sonido mecánico, metálico, estridente, casi frenética ella, barajando obsesiva entre las manos su teléfono móvil, frunciendo el entrecejo de perpetuo enfado, agitando sin pausa pierna y pie, en ese movimiento que, de seguro, todos conocéis, que daría para la instalación de una dinamo “sostenible”?
Cuánto me alegro de que el castellano tire a melodioso. Y de que (quizá porque nos entenderían) hablamos menos y con cierta discreción y con no tan rabioso volumen, en las antesalas de los doctores idealistas; de los galenos más inefables y divagatorios.)  

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