miércoles, 21 de enero de 2015

Mientras las lunas de septiembre volvían a visitarlo



A vuestra zafiedad, a vuestra “alma de cántaro y corazón de alcornoque”, que en el Pedroso decía hace mil años don Ubaldo, tuvo que acostumbrarse, aunque a la fuerza, aquel diapasón de tono fino, aquel cristal tallado.
A que las armonías más ricas del sentimiento habrían de ser desoladamente imposibles de compartir en serio con los meros espejismos que, a la postre, apenas habíais sido.
A que vuestra inteligencia, a que vuestra sensibilidad, las cuales siempre quiso suponer mayores, habrían de fallarle en los más delicados o comprometidos instantes de aquel itinerario sideral, mágico.
Vosotras..., ¿en algún momento seguisteis de verdad a las estrellas, fuisteis capaces de soltar lastre, volar como libélulas, flotar como irisadas medusas (pero sin veneno) en la amplia danza, en la tornasolada espuma de los mares?

Septiembre de 2004.

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