martes, 19 de agosto de 2014

La despedida



Durante la mañana, como en un recuerdo o recuperación de los primeros, apasionados tiempos, habían hecho el amor demoradamente, sin apuro.
Luego, prepararon, con método que no implicaba esfuerzo sino que era fruto de la considerable convivencia compartida (con, con ,com… esto se llama aliteración, y en ocasiones no obedece a un propósito lúdico ni vanidoso sino a una mera e inocente casualidad), prepararon, digo, el menú del almuerzo, elegido con criterio y con una selección no por fácil, menos orientada. Previamente fueron creando el prólogo de suave crescendo, entre seductores aperitivos y copas interesantes. La comida iba a ser exquisita y nada tímida, intensa de sabor y generosa de cantidades. Ambos tenían eso que se conoce como “buen saque”.
La mesa, puesta con sencillo esmero en el porche que daba al mar, era otra contundente invitación que mezclaba buena, aunque sobria, cristalería y cerámica tradicional en los recipientes, platos, fuentes.
Sentados ya, disfrutando de esos placeres que a todos, excepto a los hipócritas y a los melindrosos, nos convocan, ¿cómo iban a presentir aquello, cómo iban a imaginar la alta, repentina, salvaje, inmensa columna horizontal y desatada de agua que, desde el océano, se abatió sobre ellos, barriendo, inundando, aniquilando, sacando de la vida todo, todo, todo lo que encontró a su paso? 

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