sábado, 5 de julio de 2014

Caprichos



A ínfulas de clase supuestamente alta, a encubierto fascismo de juguete, a “tontín à la plage” suenan aquellas proclamas, oh, gloria inmarcesible, de los/las que presumen inexplicablemente de usar una única colonia o perfume, no condescendiendo a otras promiscuas deslealtades, no cediendo al pecado nefando con que el maligno tienta la fragilidad de nuestras almas, o sea, ¿dónde vas, Domitila, dónde vas?, ¿dónde vas con mantón de Manila, dónde vas?
En el entremientras, uno (que ni siquiera es demasiado demócrata de toda la vida, como muchos de ellos/ellas) recomienda con modestia la variedad, donde dice la sabiduría popular que se encuentra el gusto, y discurre por la playa en la idea de que le van todas, a las colonias me refiero, o casi.
Cinco décadas atrás, mi padre y yo afirmábamos haber visto el libro de los gustos: estaba en blanco, color limpio y aparentemente neutral donde los haya.
Lo que no deja de ser una salomónica decisión, un ponderado y ecuánime reparto entre las “distintas sensibilidades” que dicen nuestros queridos políticos, siempre tan ocurrentes, campechanos y lamentables.

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