jueves, 5 de junio de 2014

La defensa de la vida



(se entiende que de toda) que promulgan con fervor los de las asociaciones correspondientes es eso que, si se lleva con un cierto rigor y una obligada, para ellos, coherencia implica por ejemplo abrir una ventana, o correr/separar un visillo, para que salga, plena de elegancia, airosa, triunfante e incólume, la puta mosca negra, repugnante y grande que se ha colado en la cocina y nos “está dando” el aperitivo.
Implica contemplar arrobados cómo los millones de hormigas del jardín elaboran sus desfiles (sus manifestaciones, “oyes”), disponiendo con cruel e interminable minuciosidad la destrucción, mediante sus simultáneas y ocultas galerías, de las casas que habitamos y que tantos esfuerzos, dinero e ilusión nos han costado.
¿O dicen acaso, estos melifluos y desvanecidos ciudadanos del floreo, que arbitrariamente hay que parar en el solomillo de vacuno o en el chorizo del cerdo ibérico de Monesterio?
¿Es, de nuevo, el tamaño lo que importa?
¿Qué dicen estos pimpollos, tan al filo de la cursilería retórica y las falsas “buenas intenciones”?

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