desacuerdos
en el Congreso, incluso con la gramática, claro.
Que
si presidente o “presidenta”.
Se
ve que la RAE, inevitablemente dúctil, acaso no exenta de la presión de las
corrientes sociopolíticas, tan siempre inducidas, concede y aprueba diversas
posibilidades en ése y otros casos, incorporando en ocasiones según qué “hallazgos”
del léxico, a menudo pintorescos, por decir lo menos.
Años
van ya de zarandeo con el castellano, víctima frecuente de los caprichosos
abusos de la ideología que suelen exhibir más empuje que razonamiento solvente.
Pero
a la Calvo y a las otras de su jaez se les ve el plumero, se les ve mucho,
porque no se contentan con utilizar la palabra que quieren (sin hilar nada fino
cuando alguna es capciosa o deforme o envenenada de intención sectaria) sino
que pretenden que los demás nos sometamos a su dictadura: que secundemos sus
delirios y antojos, por poco conformes que estemos.
En
ese empeño tramposo van de reincidentes. ¿O querrán que las llamemos “reincidentAs”?
Cervantes,
con arte y gracia, parodiaba un excéntrico modo de hablar castellano en algunos
personajes vascongados de sus obras.
Muy
otra, la deriva ridícula de estas “ilusionadas” del despropósito quienes seguramente
ni siquiera han rozado tales lecturas.