En
los libros es donde ahora encuentro los nombres de las ciudades en que viví.
Me
llegan así estos días, posando en mi ánimo una sensación de desamparo
melancólico, de pérdida.
Las
calles. Emblemas que entre los pliegues de la memoria tienden a desvanecerse, a
confundir sus rasgos, a perder los colores y matices que las distinguieron.
Es
este trance por el que pasamos (un año ya, interminable); lo que quedará por
delante, imposible para el optimismo; la estafa atroz del tiempo malgastado a
la fuerza en esta hibernación lamentable.
Es
este encono envenenado de sentirnos rehenes, la rabia acumulándose (contra toda
“recomendable” mansedumbre, contra la “conveniente” resignación), semana tras
semana de impotencia, de confinamientos más o más rigurosos, mentiras,
desorden.
No
creo que nadie vaya a salir – bien – de ésta.
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