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Una
catástrofe de proporciones gigantescas, insólitas, ha devastado extensas
comarcas de nuestro país. No hay garantía de que ya “haya pasado”, el clima es
cruelmente voluble y antojadizo, y desde luego el desastre de ahora estará,
está hoy ya, en zonas del suroeste, de Andalucía, Extremadura, la de Dios.
Las emisoras
de televisión programan de inmediato emisiones especiales para informar del suceso
que, de camino, es jugoso y un punto morboso notición de absoluta actualidad.
Se desencadena una fervorosa corriente de solidaridad y compasión con los miles
de personas afectadas. No es para menos.
Entre esa
casi perfecta unanimidad de sentimientos, alguna voz crítica señala mal
funcionamiento y negligencias en la gestión de las previsiones oportunas que
nunca parecen suficientes, típico de nuestros jefes, en babia tan a menudo. Y
con furioso entusiasmo, los caritativos y algo mansos mayoritarios se le echan
encima con la cantinela de que “hoy es el
día de sólo atender a las víctimas, y ya habrá tiempo luego de exigir las
responsabilidades, etc.”
Pero eso ya
lo hemos oído antes; y el día de las responsabilidades se retrasa, se difumina,
se queda en más agua de borrajas de lo admisible, en un despreciable silencio de
los corderos posterior, y en una que debiera ser necesaria exigencia a la que
nadie le pone ya ni furia ni entusiasmo, ¿verdad?
Un olvido, un
cansancio que no nos confesamos, entre la cobardía y los sucesivos
acontecimientos que nos distraerán, para ir borrando las promesas incumplidas (las
ayudas por lo del volcán canario, por ejemplo, ¿cómo quedaron?).
Por
cierto, se ve que, para los más mierdosos del Congreso, el día sí ha podido ser
adecuado para la nueva trampa en los cargos de TVE.
Demasiado
sinvergüenza suelto, ¿no?