¿Por dónde
empiezo? Me lo estoy preguntando mientras subo la escalera, asegurándome
siempre con el pasamanos, cautela de “señor
mayor” que siempre te recordaba tuvieras, sobre todo cuando tus últimos
tiempos me hacían verte de pronto frágil, inesperadamente indeciso de salud.
Vengo del
Sanatorio, la bodega predilecta e histórica a la que nos llevaban, para
estrenarnos, compañeros veteranos de la marina, iniciándonos -neófitos que
éramos- en la más deleitosa tradición chiclanera. Eso era el año 70 del XX. Vivimos,
cabo, tan ajenos al destino que nos aguarda, tan inocentes e impotentes de
poder influir en él, de matizarle siquiera sus órdenes inapelables…
La parra
cubre el cielo del patio de la bodega, retoñando con lealtad vegetal cada
temporada; las dependencias laterales, o al fondo, cuidan el tesoro secreto y
silencioso de los toneles en espera de años, décadas, siglos. Parezco aquí,
ahora que pocos parroquianos en octubre, un islote excéntrico, cliente asiduo de
décadas y variables gorras, pero orígenes y procedencia todavía (a pesar del
tiempo y el menudeo de mis visitas) relativamente desconocido, indeterminado,
nebuloso a la manera de algunos trazos o colores que elegían los
impresionistas.
Y ya sé que
es retórico decirte, pero me baila por el caletre cómo sería si (que sí, que
nunca le ha sucedido a nadie) te dejases caer con alguna información acerca de
lo que (tú ya, antes que yo, qué tontería esa de los cálculos inútiles, las
previsiones estadísticas, menuda noria) has encontrado por ahí y me espera. En
fin, te echo de menos, tío.
Echamos de menos tiempos pasados, y las personas mascotas con las q coincidimos eararmonía,el tiempo
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