No hace tanto
de aquello.
Quizá
sorprendidos por lo insólito de semejante verbena, muchos ilusionados españolitos
simpatizaron con la ficción desconsiderada que, con estilo de mercadillo cutre,
acampó en la Puerta del Sol de Madrid durante semanas: revolucionarios bisoños,
más postizos que consistentes, y que fueron consentidos por la autoridad de
turno, como si fuese un coletazo sucio de lo que supuso la “movida” que, por su
parte, ya había tenido mucho ruido y apenas ninguna nuez.
El paso
siguiente fue cuajar en el ambicioso Podemos, banda iconoclasta y protestona
que no tardó en enseñar sus mañas de tardíos aprendices de la brujería
bolchevique, pasadísima de moda y con surtido considerable de presunciones e
ignorancias.
Entre sus
figuritas de relieve “llamaba poderosamente
la atención” Errejón, con su sempiterna imagen de estudiantito enquistado,
que pretendía representar la rama menos feroz del elenco. Sus más y sus menos
tuvo con el jefe rasputinesco y, para seguir más años en las nóminas del chollo
político, desgajóse al amparo de Carmena y dio en lo que puede que todavía siga
llamándose Más Madrid, o así.
Ahora dice
este “prohombre” que lo deja, que se retira, redactando un papel de despedida
prolijo, abstruso, rebuscadito de excusas, retórica cruzada y tramposona, de
espesor plúmbeo, que culpa de su presente crisis personal al maestro armero y
que mucho suena a cobarde parche que igual sale ya un poco tarde para el grano
que le está asomando, cosas del acné juvenil, Íñigo, majete.
Como muestra
de lo que son esos iluminados de la señorita Pepis, esos indignados que nos
iban a arreglar lo de la política. Vale.
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