se nos viene
adoctrinando hace años, y con curiosa insistencia, en la conveniencia de
asumir, o admitir, un axioma según el cual las mujeres serían más capaces, más
listas o lo que se diga, que los hombres. Fuera de la impropiedad de esas
generalizaciones, impregnadas acaso de un inocente o inconsciente aroma de
rebaño, el propósito quizá requiere un acto de fe, del cual ni se me ocurre
atreverme a suscribir ni a rechazar.
Me explico:
mi parecer preferiría un enfoque que tendiese a una valoración individual,
persona a persona, liberando de quincallas interesadas tan arduo laberinto. Pero
así están las cosas.
Lo que
refuerza mi punto de vista, dentro de la traca (que va a ser larguísima) en la que
va ardiendo ese prócer inmaculado, esa Juanita de Arco del “feminismo” español al
uso, es la contemplación desolada de las señoras que, contradictorias y balbuceantes,
han asomado por la “tele” para prodigar, desde sus atriles rojillos,
explicaciones embusteras y algún que otro desvaído paño caliente, renuncio o
excusa inservibles ante los hechos.
Quiero decir
que en política, y en mucho de lo demás, hay de todo y no están quienes
debieran sino quienes están. Ellas y ellos, los torpes y los inteligentes, todo
revuelto, ¿veis?
O sea, que (¡Padrón
de mi alma!) unos pican y otros no.
-Y fíjate que lo que nos tenía preocupados era el
drama de la Oreja de Van Gogh, con sus debatidas “cantantas”, y ahora, con
esto, vamos a estar en un sinvivir de lo más chocante.
-Ya te digo.
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