No
hay mayor motivo para denostar la pulsión investigadora, el afán por
experimentar que encontramos a menudo en las diferentes manifestaciones del
arte. Cuando ello es virtud, implica saludables avances y, de camino, es buen
antídoto contra las rutinas.
También
cabe respetar a quienes consideran que esas derivas no tienen carácter
obligatorio y que, en ocasiones, valen como pretextos para el escurridero del “gato
por liebre”: no hay más que asomarse a ARCO.
Así
que corre el rumor de que Rosalía proyecta presentar ahí su nueva entrega que,
con el título ya indicativo de “Chicken
teriyaki”, es otra muestra del rumbo con el que (acaso guiada por las malas
compañías) intensifica ardorosamente la vertiente más vulgar y poligonera de su
presencia en el mundo del espectáculo, querencia por cierto para nada inédita
en la carrera de esta intrépida criatura.
A
día de hoy, cuando por encima del bien y del mal ya es una ternera sagrada, es
posible que le traiga sin cuidado cierta desbandada entre los defraudados
seguidores. Que siempre quedará la legión de incondicionales aunque tengan que
tentarse la ropa a la hora de llamar música a este y otros experimentos que su
asiento tienen entre el desconcierto y el terrorismo “cultural”.