Tráfico incesante. Gentes apresuradas con justificación o sin ella. Agobio.
Maquinitas, maquinitas, maquinitas.
En los confusos, prolijos, laberínticos pasillos, dependencias y anexos del GRAN HOSPITAL (ascensores, vestíbulos, mamparas), no todas las indicaciones (qué va) son claras. Y, por si fuera poco, moda o vertiginoso y quizá inevitable avance de la tecnología, Ud. tropieza a cada paso con un cacharrito que jamás carece de pantalla táctil multifunción para que se surta de lo que cada cual busca en el maremágnum de ese supermercado galáctico.
El "maxidesarrollo" y el negociazo de las multinacionales de la información viene desde hace años fustigándonos para que aprendamos "a matacaballo" (danzad, danzad, malditos) los millones de detalles que permanentemente van incorporando y que, so capa de "facilitarnos" las cosas, nos controlan y nos van "estresando" de la peor manera.
Así que, dependiendo de su edad, de su afición a las novedades y novelerías, incluso de su antojadiza y frívola permeabilidad, Ud. no sale de una pantallita y ya está en la siguiente, porque son las pantallitas las que dirigen, condicionan y moldean su vida, su muerte, su intermedia enfermedad, los billetes para el tren, y todo lo que podamos recordar ahora mismo.
Amigo, si Ud. es de otra época, asuma que está más perdido que en el más árido de los desiertos.
"Más perdido que el barco del arroz", locución añeja y castiza que quizá no figure entre las impasibles, correosas y cansinas frases prefabricadas de su odioso GPS.
Y el Hipocampo se pregunta: cuando Ud. paga todo lo que crecientemente se le exige, con flagrante abuso en "los precios galopantes de las cosas"... ¿no correspondería la exención automática e insoslayable de cualquier nuevo esfuerzo, de cualquier nuevo aprendizaje, sobre todo si le resulta incómodo, si no es deseado ni voluntario?
Esta gentuza impía que nos arrea, ¿es la misma que jamás ha escuchado siquiera a un Scarlatti, leído a un Marqués de Santillana?
Y el Hipocampo aprovecha una de las exclamaciones más habituales del fotógrafo, aunque colega, Emilio:
-¡Cabrones!