De todos es sabido, tras el bombardeo insistente que durante años se nos ha inferido, lo muy mucho que los doctores en Medicina recomiendan la ingesta de agua. En abundancia.
Inodora, incolora e insípida. Que ya hay que tener ganas.
Había una coplilla antigua que yo escuché, de crío, y que rezaba:
"Al agua la llaman lipi y al vino, reconfortati; yo no quiero beber lipi porque cría gusarapis". Los más castizos y los menos jóvenes acaso reconocerán, en todo o en parte, las resonancias de esa señal.
Como también resulta que los científicos dicen que nuestro cuerpo, gentil o no que sea, está casi completamente compuesto de agua, nos queda todo casi como un pleonasmo.
Este Hipocampo ya era de agua (metafórica) de suyo. Y ahora, sometida víctima propiciatoria, expiatoria, incluso experimental de los vaivenes surgidos en su impensable coyuntura, se levanta de su sedentario sillón y comienza esa penitente inundación interna, tan distinta, ay, de lo que solían ser lúdicas - y sabrosísimas - costumbres.
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