Ocurrió
hace algunos años. Y el final, ¿está por llegar?
El
caso es que, tomando como referencia o punto de partida la realidad de unos
encuentros en la 3ª fase que nadie osó negar, Reyes demandó a Navarro,
imputándole una singular responsabilidad.
Y
se ve que, respaldado por alguna ley de tendenciosa redacción, un juez (o juezA)
de turno acogotó al imputado, exigiendo de él la demostración de la veracidad o
falsedad del hecho. Creo que a eso lo llaman carga de la prueba, que de por sí ya
tiene algo de cargante.
Porque
la dispersión de una cama múltiple, y tampoco desmentida o cuestionada, acaso
introduce matices que no favorecen la claridad ni la garantía en las
conclusiones; y ante esta evidencia, Navarro, con actitud de valiente y
razonada rebeldía, rehusó someterse a la imposición de lo del ADN, para no
colaborar con una maniobra de apariencia persecutoria que desembocó en
sentencia tan legal como arbitraria y cuya temeridad puede dejar con el
ridículo culo al aire al magistrado que arbitró la cosa.
El
espectáculo (para el público) tiene otros ejemplos, y con facilidad se torna
polémico, aunque la lógica indicaría que el denunciante debe aportar las
pruebas de lo que expone y reclama, para lo cual es inservible su sola y puede
que intencionada palabra.
Y
podrían modificarse el alcance y las consecuencias de algunas leyes con sólo
añadirles que un tiro que salga por la culata llevará aparejada sin remilgos
una sanción, preferentemente económica (que son las que mejor escarmientan) y
que sea de dimensiones astronómicas. Que eso siempre disuade a los imprudentes
y a los aventureros.
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