que tienes que disculparte como sea. Pero, ¡hija mujer!
Verás: mientras que tu madre y tu hermana me resultaban
medio secas, medio frías, y tu hermano, algo soso, por más que a rachas se deje
crecer la barba para ganar empaque y autoridad, tu padre, por lo garboso y tú,
por lo formalita, erais mis predilectos.
Y ahora, con esas excusas de juguete, “me se” caen
los palos del sombrajo.
Porque no parece que tengas, desde luego, un pelo de
tonta; así que por ningún lado son verosímiles tus presuntas ignorancias e
inocencias, tu exceso de confianza imaginaria, el desentendimiento que ahora
pretendes de asuntos, gastos, cosas, tan gordos, tan largos y tan atrevidos,
Cristina.
Si no supiéramos que “la avaricia rompe el saco”, lo que
me dejaría más atónito es que personas como vosotros, con el porvenir (y el
pasado y el presente) tan resueltos, os deslicéis a pringaros en ese
impresentable revolcón de descrédito, de bochorno y de mal rollo.
Qué parche, Cris.
No te metas con la niña que es de piel trigueña, no ves que trabaja en La Caixa y lleva toda la vida no viendo.
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