martes, 14 de febrero de 2023

Meras imágenes y "entrecires"

 

Haciendo caso omiso del viento incansable que lleva días zarandeando estas playas, salí a dar una vuelta por ese paseo marítimo que ya hemos citado por aquí con anterioridad.

Escasísimos paseantes, claro. Principalmente, responsables propietarios de perros (perretes dicen ahora los elusivos tiernos, los sentimentalotes) paseables, de esos que, en compartida avalancha protectora, serán objeto, sujeto y los jetos que haya, de derecho, según la ley estrambótica y paranoica que se avecina.

Tiene un porqué, esto de los perros: mucho más obedientes y agradecidos y cariñosos que los hijos, han pasado a ocupar un lugar de creciente preferencia en nuestras vidas, y más en las de quienes andan/andamos solos. Según las estadísticas (no las de Tezanos, las que sirven) hay más animales domésticos, mascotas, etc. que niños, siendo los canes con seguridad los primeros de la clase.

De vecino, que a más no me resuelvo, tengo al perro de Germán que asoma su cabeza por el parapeto de su terraza y me contempla con familiaridad consecuente, pasados ya los primeros días que ladraba a mis evoluciones duchando al Z, o atendiendo la parte trasera del jardincito. Me da que nos comprendemos confortablemente en eso de asomarnos un poco al aire libre, comodones, al resguardo sedentario de nuestras casas.

 

Del otro lado están la mar, el islote del viejo Sancti Petri, el “señor mayor” (Pepe, ay) que hoy me ha proporcionado un ejemplo de solución híbrida, salomónica, portando a su gozque en uno de esos cochecitos veraniegos de bebé (bastidor elemental y lona) como los que tuve, 31 años atrás, para esa Irene que no me llama.

Y el viento, que no para y puede que haga bien. Lo suyo.                                       

No hay comentarios:

Publicar un comentario