Otra
cosa que también tenemos en la tribu son los brujos. Muchos; demasiados.
Pues
bien, la variedad de éstos que llaman economistas, aunque en ocasiones
discrepan entre sí con alambicadas teorías incluso contradictorias, en algo
vienen coincidiendo (para respaldo oportunísimo de ese sindicato mafioso de
imprudentes prepotentes que son los políticos del mundo): la receta para “enfriar
la economía” y bajar la inflación de su presente estratosfera es FRENAR el
consumo.
La
palabra consumo tiene ciertas
resonancias frívolas. Pero si la analizamos llegaremos a delicadas
conclusiones.
Y
que se diga enseguida lo del “trazo gordo” es fácil y también es verdad que
estas líneas son de profano. Pero atentos.
Frenar
o reducir el consumo, muy mucho implica y quiere decir, hipócrita modo, que el
dinero -sueldos, créditos- sea tan inalcanzable y tan usureramente escaso y
leonino que Ud. comerá menos y alimentos peores, que suelen ser los más baratos;
que pasará fríos o calores significativos (aunque para el calor, el “listo” nos
aconsejó no vestir con corbata) dependiendo del calendario; que Ud. dejará de
viajar por lo cara que le ponen la gasolina; que se lo pensará
interminablemente antes de renovar o adquirir ropa, mobiliario o
electrodomésticos para una vivienda cuya ensoñada adquisición será parecidísima
a la fábula de la zorra y las uvas; y así sucesivamente.
Pero
claro, estos son comentarios de profano con “trazo gordo”. Qué sabré yo de las “ventajas
y bondades” de la democracia, que Carlyle atinadamente describió como un caos provisto de
urnas.
No se a qué economista ha oído usted decir que la inflación se baja reduciendo el consumo; como no haya sido a cualquiera de los hermanos Garzón...
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