Remedando
los encendidos debates que en los Concilios analizaban las herejías,
desmenuzándolas con arduas retóricas y laboriosas formulaciones y construyendo
cuanto laberinto erige el ingenio polemista, vamos viendo, viviendo ahora los
pros y las contras que suscita el coche eléctrico.
Inicialmente
parecía, o así se nos ofreció, como la santa, inteligentísima solución para la
lucha final o “madre de todas las
batallas” (¡“cuidao”!) contra la contaminación en el sufrido planeta. Y,
con tal etiqueta así de estupenda, el público iba embelesándose, un poco también
porque de suyo es siempre propenso a las novedades y sus brillantes aspectos de
ilusión emoliente, de panacea seductora.
Pero
hete aquí que se alzan voces, nada insensatas, que contradicen los fundamentos
del “chollo”. Por lo visto, el auto eléctrico es más caro y contaminante de
fabricar que el de toda la vida; las baterías agotadas, a no muy largo plazo,
suponen un problemazo de residuos que fíate de la Virgen y no corras; el
abastecimiento de recargas sigue siendo defectuoso e insuficiente, sin
mencionar los precios de Iberdrola, Endesa y otros compinches; la autonomía (cosa
importante) es discutible o canija; y el precio de mercado, tirando a
inasequible; etc.
Así
que tenemos a exégetas y detractores enzarzados, y al club de lujo europijo
metiendo prisa para la reconversión.
Luego
dicen que el personal es aficionado a sospechar de conspiraciones y así. Pero
no sólo, es que le dan motivos. Es que hay demasiados mimbres para tejer este
nuevo cesto de desconfianzas hacia las tomaduras de pelo.
¿No
se os abren las carnes?
Las carnes abiertas....desde hace mucho tiempo ya...
ResponderEliminarSe me abren un poco por esto y por otras muchas cosas más. Sigo pensando 🤔 y afirmando que no es el momento aún para el eléctrico solamente. Por muchas razones ya expuestas y tras escuchar a varios Ingenieros expertos en la materia.
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