Como
no tienen un reloj luminoso/digital de mesita de noche; ni uno, a pilas que,
colgado en la pared del salón, “gotee” el tic-tac inexorable y admonitorio; ni
tampoco otro, de péndulo, al que se la da cuerda y pone en hora con una llave
de palometa que hay que insertar en los dos orificios “ad hoc”…
-Que era en la casa de tus padres, en
Sevilla. Cuando entonces.
-Y es en los vaivenes de la memoria.
Ni
menos, de pulsera ni de leontina, apañados irían.
Así
que debe ser la cambiante claridad de la mañana, su gradual desplazamiento, la
señal de estar atentos porque se va servir el desayuno. Y que si me demoro, ni
tantos, ni en tan rápido tropel entusiasmado van a acudir.
Que
ya volaron a buscarse una alternativa, por si acaso.
Estos
días de ahora, febrero adelante, el intervalo ideal se establece entre las 8’15
y las 8’30 a. m. Bien que lo noto, observándolos, como un obispo, en mi sillón
sentado.
-¿Y no deberías colocar una coma entre sillón y
sentado, ya que es el obispo quien está sentado,
y no el sillón?
-Reparé en ello. Y también cabía la
solución de escribir sentado en mi sillón.
Más sencillo y directo; pero me pirran los enredos.
-No, si ya…
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