García
Márquez, escritor excelentísimo y supersticioso confeso, además de caribe, tuvo
sus manías, cómo no. Y entre otras, recomendaba eludir los adverbios terminados
en “mente”.
Con
una mínima inducción a lo Cabrera Infante, eso le pasó por la suya en aquel
momento. Pensó: “imperceptiblemente”; y enseguida, la concienzuda realidad lo
hizo rectificar: ¡“perceptiblemente”, qué cojones!
Porque
le va costando subir a y entrar en, salir y bajar de ese “roadster” que lo sedujo tiempo atrás, cuando vio su fotografía por
primera vez en una de las revistas de automóviles que compraba por entonces, y
era la inédita alternativa para James Bond, tan siempre y luego de Aston
Martin; con más de 20 años que se hizo con ese Z3, sigue remirando la máquina
con regodeo interior y sonriente embeleso. Aunque esa contra terminan teniendo
los coches bajitos cuando va a menos nuestra elasticidad.
Pero
también en Sagunto resistieron lo suyo, ahí tienes. Así que ha resuelto no
tanto morir con esa bota puesta, como el refrán dicta, sino que siga siendo
buena para caminar, según cantaba la Sinatra.
De
hecho, días atrás tan sólo, en el Elefante Azul del barrio, acaban de instalarle
un juego de neumáticos nuevo y las escobillas que limpian el parabrisas. Y cada
año, cruza los dedos, sigue pasando la ITV.
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