Cuando
“llueve a mares”, que aquí, en la
playa, tiene algo de pleonasmo y, por muy bien que eso le venga a los pantanos,
Ud. no puede salir de casa, Internete es un interesante recurso para el
entretenimiento.
Y
así se descubren asuntos, cosas, personas como Erik Rydvall.
Claro
que hay que atender al contexto de esa traducción (¿quizá impía,
robótica/automática?) de la máquina para que separemos el grano de la paja en
el momento en que se le llama, con descuido pintoresco, “jugador profesional”, que suele sonar a otra cosa, y que debería
haberse precisado como instrumentista que, en este caso, tañe un artilugio
musical de misteriosillo aspecto y sonido añejo y cautivador: NYCKELHARP (sic).
Creo
que Santa Teresa decía que también entre los pucheros podía estar o buscarse a
Dios. Conque Erik (con los ojos cerrados, cosa del nirvana) busca a ese otro
dios que fue Bach y nos lo hace llegar desde la corriente habitación de un
hotel o con un despreocupado fondo doméstico de muebles de cocina y grifo de
fregadero, nota de humor que resalta todavía más la maravilla de la música.
Luego,
en muy diferente lugar, que parece capilla cristiana, termina de engancharnos
con la Högtidsmarch a cargo del Drottningholm (si Ud. supera esa ortografía
torturada de consonantes, puede seguir con alivio) Baroque Ensamble, como de
manera convencional se nombra a ciertas agrupaciones musicales; y cuando Ud. se
note que la arrulladora caricia de esos timbres le eriza el vello, coincidirá
conmigo en la incomprensión y el rechazo de Maluma y otras promocionadísimas
subespecies.
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