Cuando
a través del teléfono y la distancia es imposible no conmoverse y no salir
llorando, quebrada la voz, a uno y otro lado de la línea…
Era
ella (tampoco vale ponerse a exagerar) la persona sencillamente estupenda, con
su encanto, su carácter amable, su madurez creciente, hoy todo ensombrecido; su
luz, en una injustísima extinción de “fade
away”.
“Su
santo”, como los exigentes trances del presente ponen de relieve, es una mezcla
de nobleza y, ahora, abnegada entrega. Un tipo que, sin ser el único, porque
los héroes discretos de la vida cotidiana no han desaparecido, cumplió y cumple
con lo que toca, sin alardes: con valerosa y firme responsabilidad.
(Seguro
que ambos merecen más laureles de los que estas prosaicas notas conceden.)
Ahí
anda, luchando. Le he dicho que sólo tengo tristeza y ternura para compartir
esa tremenda prueba.
Luego,
malamente, tra, tra, a trompicones, hemos colgado nuestros móviles.
Gracias Maestro, esas ternuras y tristezas compartidas son las que permiten la entereza. Tremendo abrazo.
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