Los
datos, con insistencia prolija, nos los suministran nuestras televisiones:
5.000 “invitados”, maromo arriba o chorba abajo*, nos llegan a la Villa y
Corte, entre figurones de variado peso, y cortejo, comitiva y comparsas
correspondientes. Seguro que sobra una buena parte de esa gente, si a lo
esencial y a lo indispensable nos quisiéramos atener.
Lo
cual que el evento comporta, de forma lateral si os place, un aire de gran
fiesta o vacaciones pagadas.
La
reunión parece necesaria; la utilidad de los acuerdos que de ella se deriven,
ya la veremos, y ojalá la tenga y sea para bien.
Porque
algo habrá que decidir con la que está cayendo, a pesar de los ideologizados
protestones a la contra que se diría niegan la realidad al postular sus
demagogias seudoutópicas, pretendiendo frenar la barbarie con poemitas
sensibles, otras veces ñoños, y juegos florales de diplomáticos.
Luego,
sacando cuentas, y aunque el balance entre ingresos y gastos salga positivo, es
claramente obscena la ostentación y el lujo asiático con el que alojamientos y
reiterados ágapes servirán de soporte (derrochón y sobredimensionado hasta la excentricidad
y el capricho) a la alta y sesuda responsabilidad de los convocados.
Asistimos
así a una especial representación del desahogo incorregible con el que los
directores de las orquestas internacionales someten a sus respectivos músicos
de a pie.
No
se lo pierdan.
*Es
casualidad redactora y no intención de preferencia ni recomendación alguna.
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