miércoles, 29 de junio de 2022

La moneda en el aire

 

Incluso algunos amigos comunes estaban en desacuerdo al fijar la ocasión en que esos dos habían coincidido por primera vez.

Que si había sido durante un curso de Erasmus, en Bélgica, o que no, que ya se les había visto juntos en una fiestorra de gente joven, porros y literatura, en un piso del Madrid más castizo, cerca del Rastro.

La familia de ella, comerciantes acreditados en Tetuán (o Tánger) a mediados del siglo XX, luego marcharon a establecerse en Túnez. El padre, ya retirado de los negocios y viudo, desempeñaba allí todavía un papel de oficioso agregado cultural en la embajada española.

El mozo, menos geográfico, era hijo de un concejal en el ayuntamiento de cierto pueblo leonés. Apenas conocemos otros datos.

La compartida vocación filóloga y que se prendaran uno de la otra de inmediato los hizo inseparables. Hasta que un día incierto ella viajó a Túnez para unas semanas de vacaciones que se prolongaron con retrasos e impedimentos tales que el amor se fue enfriando entre los mensajes de móvil.

Con todo, están resueltos a no perderse. Y el lugar de encuentro en que se han dado la cita que será, o no, definitiva, es ese templo de belleza sobrenatural, esa mezquita junto al mar en Casablanca donde repetidamente él había expresado su deseo, su sueño de sólo ir con ella.

Ahora la moneda está en el aire. ¿Sabe Alá de qué lado necesariamente ha de caer?                                         

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