Durante
años nos ha llamado la atención y sin proponérselo ha espoleado nuestra
curiosidad hasta hacernos formular conjeturas, con seguridad ociosas y extravagantes,
sobre su condición y características que nos motivan para discurrir con
fantasía y cotillear sin fundamento.
Aunque
hoy ya no es algo inusual, a su edad no tan joven permanece viviendo con sus
ancianos padres en un chalet próximo, en cuya puerta figura ese apellido
familiar, de ortografía y remotos orígenes galos.
A
veces hemos observado su enigmática figura en absorta concentración ante la
pantalla de un ordenador, como preparando las oposiciones previsibles a un
funcionariato, sin distraerse con los pájaros que juegan por el aire de su
jardín. A nuestro ocasional paso, nunca hemos cruzado palabra, desde luego.
Otros
días (y esto nos inquieta realmente), a última hora de la tarde o a la prima
noche, incluso en el invierno desapacible, desciende de manera oblicua hacia la
playa y en la solitaria lejanía de su casa, entra en la mar, casi siempre
portando una tabla de surf con la que se pierde, olas adentro, entre movimientos
y balanceos que denotan una evidente inexperiencia.
Nos
preguntamos si acaricia la tentación de un eventual suicidio que causaría el
correspondiente revuelo en toda la comunidad; aunque, por otra parte, fuera de
nosotros, nadie parece haber reparado en estos hechos, que serán, un día del
futuro, objeto de las más minuciosas, tardías y acongojadas investigaciones.
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