Duro cilicio, cuando condenabas
los variopintos pecados ajenos;
clamorosa denuncia envenenada
con anatemas y sonoros truenos.
Tu ejecutoria, no otra cosa era
para hacerte notar mientras trepabas,
vendiendo postulados de quimera
y embullando con quienes te votaban.
No te diré que nos sorprende ahora
tu resistencia ante una dimisión;
que “ahora es tarde, señora”
del ancho del embudo en la gestión.
Oltra: si es verdadero
el adagio que reza que la cara
es espejo del alma,
poco podrás hacer. Mantén la calma
para seguir salvando tu pellejo,
para medir con variable vara
aunque por fuera se te ve el plumero.
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