La luz del ascensor del mercadona
al que acudo como asiduo cliente
me ofrece, penetrante, la encerrona
de encarar las arrugas de mi frente.
De acuerdo que son cosas de la edad
con las que el disimulo es deficiente
mas otras luces, menos consecuentes,
dan más piadoso enfoque a la verdad.
Un cierto aplomo presidió mi vida
que excluyó casi siempre el aspaviento,
la gesticulación encarecida
que en otros subrayaban sus inventos.
Así que me mantuve en un semblante
casi exento de frunces y visajes;
pero se ve que de todas maneras
no hay modo de esquivar este peaje.
Aquí estamos: carrito y mascarilla,
emboscados tras gorra de visera.
Y qué lejos, de Madrid, de Sevilla,
de lo que todo era.
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