La,
al parecer, inédita tomadura de pelo con la que 24 cachondos, más o menos
moros, se nos han colado “irregularmente”, es otro ejemplo de cómo, por
desgracia, se viene tomando a nuestro doliente y zarandeado país por el pito de
un sereno.
Claro
está que el número de estos recién llegados es ínfimo, si se compara con el
incesante chorro de invasores que sin pausa trasponen el coladero de nuestras
fronteras, con presuntas motivaciones escasamente diversas.
Y
que el desmadre va a seguir así, e irá a peor, mientras nos desgobierne ese
sindicato de peleles y mamarrachos que (trapicheando con la ley electoral, es
decir con los votos de los estafados ciudadanos) tiene nuestra sartén por el
mango y aparenta con hipocresía un entendimiento de los derechos humanos que no
deportará a nadie nunca en tanto paguemos, de nuestro bolsillo y con inagotable
mansedumbre, todos los platos rotos.
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