A
los sanitarios, a las Fuerzas de Seguridad, a las víctimas.
A
unos por el mérito, la abnegación, la responsabilidad rayana en heroísmo. A otros
por el sufrimiento. Y así.
Conque,
no faltaría más, corresponden los homenajes. Sin ambages.
Lo
que me incomoda, lo que ya me disgusta es que tales homenajes empiezan a
menudear cargados de vanidoso lucimiento institucional, de retórica manoseadora
de palabras que se van vaciando a fuerza de repetirlas, de guiños a la
sensiblería popular, de autocomplacencia maniquea, adoptando poco a poco un
cierto aire de muy inoportunos juegos florales donde lo que no se encuentra es
el auténtico respeto de la sobriedad, el adecuado silencio y el verdadero
propósito de que no se hagan, como se han hecho, tantísimas cosas mal.
Que
no se note tanto la urgencia de desviar con “gloriosas” efemérides casi
inmediatas la atención que con dureza debiera recaer sobre la gestión
desastrosa, el perjuicio público y la escandalosa ineptitud de los figurones.
Que
no baste con pasar página y aprender de los errores: sus causantes deben ser
señalados con rigor y sancionados debidamente.
Que
se procure, con hechos, eliminar de nuestro corazón cualquier sombra sospechosa
de que nos están conduciendo de alevosa manera a volvernos un país de
cartulina.
Que
te duela como a mí.
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