No
son de Egipto y sus excavaciones
que
desentierran templos de la gloria,
parafernalias
de los faraones,
sarcófagos,
ruinas y obeliscos;
y
frisos, misteriosos de inscripciones,
a
los que ya dio el Tiempo ese mordisco
que,
minucioso, asola la memoria;
los
restos de vasijas, las tablillas
con
jeroglíficos para la Historia
y
otras esplendorosas maravillas.
Tienen
otro abolengo
las
arenas que aquí delante tengo
y
que esta mar de Cádiz acaricia
para
gozo y solaz de la presbicia
del
persistente observador que soy.
Siempre
estoy, y es como si al oído
me
susurrasen cantos que he sentido
en
la sombra de vidas anteriores,
lejanos
lances, añejos licores
y
ofrendas ante un dios desconocido
que
desgrana la cuenta
de
las almas en venta
de
amores desertores y perdidos.
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