La
palabra expropiación no consigue sonar neutra: más bien anda próxima a expolio;
o a robo tal cual.
Y
no sirven ni cuelan las socaliñas del uso social ni del justiprecio que siempre
lo fijan quienes, con la sartén por el mango, hacen del abuso un estilo de
sistemáticas arbitrariedades.
La
cosa ya la vimos practicar por el grotesco tiranuelo Chavez/s en la Venezuela
de nuestros años; por el “jartible” Castro, en la Cuba de todo el tiempo, que
eso, ay, parece; por los bárbaros bolcheviques contra todo lo que en Rusia les
estorbaba para llevar a cabo su sangriento y fracasado plan; y por tantos otros
y etcéteras.
Conque
en las islas Baleares, tirando de la historia universal de la infamia, van a
por 56 viviendas que (morro superlativo) servirán de ejemplo inicial para
corregir (!) el problema de la escasez correspondiente, evidenciando lo muy
disputado y repartido que está el certamen para los premios Goya de la
hipocresía.
Porque
ya que el derecho a tener techo está consagrado por la Constitución -con tantos
otros que cotidianamente se ningunean y conculcan -, de lo que menos ganas
tienen los regidores y satrapillas es de mandar construir (con la de paro que
hay, tú) los montones de viviendas de verdad sociales que, utópicamente,
llegarían a la cabal consecución de fin tan loable.
La
cuestión es si vamos a mantener (que seguramente también figura en la
Constitución) el respeto a la propiedad privada (de las personas, de los
bancos, de los fondos de inversión: discriminar aquí no pasa de ser un mísero y
demagogo clavo ardiendo). Que es un respeto del que están vertiginosamente
ayunos los diversos asaltantes que se han ido infiltrando en este gobierno de
trileros.
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