Bob
Dylan, según por la tele nos comunican en esos rótulos movibles con ínfulas de
teletipos, vende sus derechos de autor por una cantidad de dólares tirando a
mollar. Sus cuentas habrá echado él y, sobre todo, habrán echado esos buitres no
leonados sino leoninos, que manejan sin piedad y sin escrúpulos los delicados
destinos de los autores y compositores.
Los
destinos. “A twist of fate” podría
llamarse un movimiento que, casual y elemental y todo, a Lady Taladro ha
causado un fiero trastorno entre ciática y lumbalgia con el que, en estas
jornadas, está “viendo las estrellas”.
Y
esta mañana, guiños de las neuronas, saltos de ese grillo caprichoso que es la
memoria, citamos para el recuerdo al linimento Sloan, que yo conocí por vez
primera de niño, para las agujetas que alguna excursión, campestre y desusada, produjo
en el Pedroso. Muy luego, es posible que de forma esporádica, y como soy
clásico de mío, algún frasco de ese bálsamo de Fierabrás habrá pasado y paseado
su eficacia (real o sugestiva que sea) por alguno de mis percances, ya viviendo
en Madrid. Claro, ungüento que hemos conocido como lo del Tío del Bigote, no
iba a serme ajeno.
Hoy
lo reseño porque, entre veteranos, fijo que Dylan (esa estrella como las que ve
Lady Taladro) también lo conoce.
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