que
Vuesa Merced, acaso diversificado en otros menesteres, viene soslayando la
línea galante que, en opinión de algunos, le distinguía y era, para los
aficionados más convictos, como un emblema reconocible, como si dijéramos una
suerte de “sello de la casa”.
-Y
yo escamotearía la verdad si os contradijese, voto a tal.
-Pues
bien, decidme qué inconvenientes os alejan de aquellos familiares predios, si
la confidencia os place.
-Sabed,
dilecto interlocutor, que el ánimo ensombrecido por los desgraciados vericuetos
en los que los Hados se empeñan en meternos, en las presentes y ya no tanto calendas,
a cualquiera puede lastrarle el vuelo de la ilusión y la fantasía. Tiempos son
estos de desgaste, de frustración y decepciones que, me diréis, no sólo a este
redactor sino también a muchos otros ciudadanos han empañado el cristal de las
perspectivas.
-Soy
naturalmente con vos en ese modesto análisis. Pues nos sentimos como si no
fuese posible levantar cabeza, confusos y desorientados, y presos de irritación
frecuentísima que la interminable caterva de nuestros incompetentes regidores
causa.
-Eso,
que es así, tampoco conceder querría como un cobarde escudo que distrajese de
esotra evidencia: que la vida y el Tiempo (que tantas menciones aquí recibe)
con erosión inexorable nos modifica, como si detuviese, para situarlas en un
anaquel, las energías de la edad joven. Lo que nos hace tan diferentes de
nosotros mismos y de lo que fuimos.
-Pero
genio y figura…
-…
quizá es un refrán farolero, una lectura parcial de los fuegos de artificio de
los que incluso el magisterio de Quevedo se fue distanciando paso a paso.
-Así
pues, en la opinión y el sentir de Vuesa Merced, ¿no volverán las golondrinas a
Capistrano?
-No
sé qué os diga; aunque cualquier día no descarto airear algún inédito de aquellas
incunables colecciones.
-Sea,
siquiera como cesura entre las líneas que nutren el caudal de vuestras
críticas, como un instante de, breve y todo, solaz.
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