Ni
en la ambición ni en la vanidad ni en el recorrido esencial se puede afirmar
que difieran gran cosa.
Tampoco
en la “desenvoltura” y los recursos que, en ese guiñol de tan gran repercusión
como poca talla, valieron a ambos púgiles el ascenso a puestos de ruidosa fama.
Y
así, con un relumbrón (que no brillo) de resabios de mesa de camilla, tan
parecidas una y otra, años de puñaladitas laterales y pellizcos de monja habían
cimentado unas ya clásicas escenas de pullas recíprocas, desmentidos y
desacuerdos que daban para el entretenimiento regocijado y las banderías de un
público, si no exigente, numeroso.
Es
sabido que en cada manada hay un papel de hembra alfa o macho alfa que
sucesivamente se disputarán el instalado y el aspirante; y que el primero
fatalmente habrá de ceder (con el desgaste del tiempo y las facultades) al
empuje del que viene detrás con unas ganas locas (nunca mejor dicho) de
arrebatarle el mando.
En
ese pulso de prepotencias es frecuente que cada cual olvide que toda moneda
tiene su reverso y todo salto – y todo asalto –, su posterior caída.
Desafiantes
se enfrentaron, dando al “espectáculo” una apenas versión más de la conocida
rutina. Una primera lectura podría indicar que, acaso por última vez, la
veterana acorralaba con sus desplantes a las calculadas y, en apariencia,
impermeables maneras burlonas de la no tan nueva, quien después tuvo tiempo
sobrado para poner la retórica y el despecho al bañomaría; para salirse por la
tangente victimista y para despacharse a fondo.
Noel: No te entiendo. ¿A quién
aludes?
Hipocampo: ni
te rayes, gordi. Sólo son frivolidades circunstanciales.
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