A
veces me confunde y me sorprende
el
ocioso vaivén de las neuronas,
el
capricho con el que la memoria
nos
cuela de rondón sus encerronas.
Éramos
cuatro o cinco
en
una calle de empinada cuesta
que
pretendía casi con ahínco
ser
descendiente de las faldas grandes
del
Monserrate, allá por Bogotá.
A
una hamburguesería,
por
las encrucijadas de los Puentes
y
el Hotel Tequendama,
bajábamos
eufóricos: la yerba
da
más risa y más hambre; y elocuente,
Córdoba
dijo “cojamos un taxi
para llegar más rápido”.
Otras
veces
Fiorilli
y yo (los dos europeos
de
aquella tropa tan varia y bizarra)
comíamos
paellas en “La Barra”,
restaurante
de cocina española.
La
paella de ahora
y
este ocioso vaivén entre las olas,
a
más de medio siglo transcurrido,
me
traen una canción cuyo sonido
de
rondón cuela cierta melodía
que
se pregunta qué quedó de entonces:
¿el
resplandor de una alquimia de bronces,
para
llegar aquí, hasta este día?
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