Podrían
ser fenicias
las
velas que en el mar
desplazan
esas barcas frente a mí.
Desde
el rincón reciente
que
puede que llamemos “ambigú”
(disimulando
toda la metáfora
y
las impropiedades del vocablo,
tan
a trasmano y tan por los cabellos):
esa
calma aparente
que
en el agua despliega su elegancia
y
el leve cabeceo navegante,
¿hay
algo que remueven
en
el poso de las viejas memorias?
Toda
esa antigüedad
fantástica
que exploran nuestros sabios
¿es
un lastre heredado?
Los
sedimentos fieles que el olvido
no
termina de borrar en la mente,
¿convocan
hoy las naves
de
los griegos marchando contra Troya?
¿Las
dóciles y mansas travesías
de
los incestuosos faraones
por
el Nilo y su delta?
¿Los
feroces dragones
que
las proas vikingas coronaban
trayendo
tan temidas invasiones?
-Pues fíjate, también
dicen que eran famosos en el mundo
entonces conocido
el “garum” y los vinos y el aceite
y las bacantes de la Andalucía.
-¡Qué tiempos, tú! Y ahora
¡qué vida y qué epidemia “esaboría”!
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