Que
los países “desarrollados” por la mayor parte sean democracias, o eso a sí mismas se llaman, que han resuelto
practicar un seudolibrepensamiento progre, izquierdoso y por ende laico,
tirando al ateísmo comunistoide, es una cosa.
Que
con arrogancia inaudita pretendan imponer por el entero planeta sus ideologías,
su patrón de conducta, su ejemplo de discutibles “logros” y su decadente
modernidad, es otra muy diferente.
Como
detalle de esa modernidad, se lleva mucho, y con chocarrera desenvoltura, hacer
mofa del sentimiento religioso con expresiones y actitudes que suelen tener
como ingredientes el encono y el insulto grotesco y casi nunca algo que por
donaire ingenioso pasar pueda.
Así
las cosas, con la brevedad que a la noticia imprime la “tele”, nos enteramos de
que un ciudadano francés, esponjado en las libertades intocables de su
república, ha perdido la cabeza por la radicalidad ofendida de otro que, a
continuación, fue “abatido” por los disparos consecuentes de la fuerza pública.
Es
un alivio pensar que, por ahora, esto no ocurre en España, donde los especialistas
y aficionados al escarnio nadan y guardan la ropa, cargando solamente contra la
resignación cristiana, no vaya a ser que, de envalentonarse más, alguien
pudiera ponerlos en su sitio con maneras expeditivas y, si se quiere, acaso desproporcionadas.
-Porque ¿a ti no te parece que eso de la
libertad de expresión y el sentido del humor tiene interpretaciones diversas,
según quien sea el pregonero?
-Ahí le has “dao”.
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