Cuando, en medios de difusión, algún periodista o similar osa interpelar con pregunta directa a algún entrevistado, la cautela, la prudencia, el miedo flotan a menudo en el ambiente. Porque hablar claro, decir la verdad, denunciar los fallos de los mandamases pasa factura y nadie quiere señalarse, que es como decir que se jugará el puesto y quién sabe si algo más.
Pero las respuestas modelo larga cambiada, las elipsis, los paños calientes terminan manifestando el trasfondo de las palabras que se andan esquivando.
Con lo cual son frecuentes las omisiones sobre el hecho preocupantísimo de que el Gobierno (el que sea) funciona con cierta torpeza, con cierta decepcionante lentitud y demasiadas trabas burocráticas, en tanto que las empresas privadas están dando muestras de general agilidad y eficaz funcionamiento.
Si el tamaño mastodóntico del Estado, central y autonómico, es una posible explicación, no nos sosiega en absoluto. Ni tampoco que los diversos equipos directivos casi siempre estén conformados por personas de dudosa o mediocre talla gestora y profesional pero, vaya por Dios, afines de ideología y propósitos políticos, incluso amiguetes del taller, más que por expertos y técnicos de cada asunto que con sabiduría y rapidez proporcionen las soluciones a los problemas.
A cualquier parte podemos mirar, y encontrarnos con los eufemismos que, para no llamar a las cosas por su nombre, califican, por ejemplo, de tránsfugas a los vulgares desertores socialistas que en Estella (como si no pasara nada en estas fechas) han perpetrado un reciente y vistoso chanchullo.
A estos mendas, ¿cabe llamarlos, con delicado eufemismo, inoportunos?
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