Puede que solamente sea una coincidencia pero, al regresar a casa, me he sentido cansado.
Y ya sé que Sadhguru, quien tan profusamente aparece por el Internete, con su sabia prudencia oriental de santón espectacular y hermoso, a todos nos va recomendando el encaje con esta condición transitoria, efímera, de que está hecha nuestra sustancia más esencial.
Qué tiempos, por cierto, cuando el trámite incluía la tinta, el papel o la gasilla para limpiar la huella de la huella; las fotos que, de verdad, eran necesarias; la entrega demorada, porque había que volver a recoger el DNI. Sí, ya sé que luego todo el asunto se fue digitalizando, automatizando, perfilando: un lujo cibernético de diseño e inmediatez, un alarde de (suponemos) garantías crecientes de seguridad, control, etc.
La máquina, cómo no, es hoy un prodigio de virtuoso "scáner" o como se llame eso. Y -- ya me lo esperaba -- la funcionaria me comunica con un levísimo matiz elusivo que mi nuevo documento es el definitivo, que no necesitará renovación.
La miro de hito en hito, completando, en silencio y para mí, las implicaciones: el liberador cese del vínculo, del compromiso periódico y administrativo, la tasa que no volveré a pagar, las fotos (todas sobrantes), la validez irónica que ahora consta hasta el 1 del 1 de 9999, que a saber en qué reencarnación me pillará...
Miro el mar desde el porche. De acuerdo, todos los pasos fueron, son y serán, en la misma única dirección. Sólo hay que asumirlos; y no va pareciendo tan difícil.
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