Como no sea en Barcelona, en los tiempos que corren resulta difícil encontrar un nivel de destrozos equiparable al que casi siempre incorporan las sucesivas entregas de Terminator.
La que a la sazón se exhibe en nuestros cinematógrafos, no desmerece de las anteriores ni decae en lo que atañe a la ingente cantidad de material que se destruye para dar vigor y realce a un esquema que tiene inconvenientes serios para ser aspirante a la categoría de argumento.
Y aunque el supuesto vuelve a ser inverosímil de suyo, no habría estorbado algún gramo más de reposo para evitarnos la sensación de que estaba todavía a medio cocer. Claro que todo se hace cuesta arriba, si tenemos en cuenta que el "robot" enemigo juega con ventaja al ser de una sustancia viscosa y alquitranada que se regenera de forma automática y con comodidad, haciéndolo un punto menos que invencible, una cosa que "pa qué".
Arnold (¡cuánta Historia llevamos vivida!), su papel, se ha ido enterneciendo, como el abuelo ex-gobernador de California que es y a pesar de ello fulge correoso, entregadísimo a la causa y haciéndonos sentir confortables, en la comprobación de que es un héroe como de la familia.
Luego, decidme escéptico, pero no he podido soslayar una jocosa sensación de despego e incredulidad, oyendo el acento que lucen en el reparto ciertos personajes que el relato decide que sean mejicanos, y así, no hay más remedio.
Muchas armas, desde luego. El propio guión, con sutil humor, ya apunta: "Esto es Texas".
En fin, una romántica aventura encantadora.
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