Como a Sánchez, el opíparo, le encanta "tirar" de falcon y helicópteros sin reparar en gastos, que se ve que le gusta el lujo y la gran vida, le ha parecido de perlas que la fragata navegue, incluso aunque "llegue a los vivas", para recoger (según dicen las noticias, si no son, además de confusas e imprecisas, moderadamente falsas) a las 10 personas que, como cupo, nos cabe asumir en el reciente trance.
Por lo general, la conciencia bienpensante del mundo sostiene que una vida humana no tiene precio. Y, acto seguido, más nos vale no entrar al cálculo de lo que cuesta salvarla, en todos los casos imaginables.
El inconveniente asoma cuando alguien pregunta por qué salvamos unas vidas y no otras, con todas las que hay para salvar; cuando la perversa sombra de la arbitrariedad discrimina de manera ciega, porque no es posible establecer la prioridad de una lista de espera infinita.
Cuando el que manda resulta un títere incongruente, que decide otorgarse los entorchados de bisutería en que consisten las más inanes machadas, disfrazadas, para colmo, de justicia y caridad.
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