Delante y a mi alrededor, tengo un compacto muro de hombres que corren y se agitan enardecidos, sudorosos, siguiendo un rito ancestral que no termino de comprender, mientras la querencia y el instinto me unen a los de mi casta, derrochando fuerza, velocidad, en un impulso ciego y poderoso, a la busca de un trance mortal que, esta tarde, impasible me espera entre el clamor de la muchedumbre excitada, que hierve en las gradas del coso, enajenada en la reiteración casi inconsciente de los lejanos días del Coliseo, quizá de antes, de una historia cuya ruina ahora queda en la masificación y la pedestre vulgaridad de los teléfonos móviles (con las 5 o las "G" que sean), de su presuntuosa impostura de las otras cámaras fotográficas que alguna vez atraparon la imagen de Hemingway, aquel bronco aventurero gringo y escritor que frecuentó estas jornadas y estas calles...
...estoy distrayéndome: y todavía, antes de que mi destino, que empiezo a sospechar, me alcance, alcanzaré yo, con la buída, certera, durísima, curva potente de mi asta derecha, el cuerpo atrevido aunque imprudente de uno de estos corredores ante mí, hoy en Pamplona.
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