Los hibiscos del florero
que decora el desayuno
-- mientras del mar nos observa,
elegante, el rey Neptuno --
saben que son un detalle
frágil y sentimental
que humedecerá tus ojos
al filo del lagrimal.
Y no es la alergia la causa
de esa señal tierna y fina
("como una rosa, genial",
camino de la oficina;
y esto no es más que una pausa,
mi gentil esquiadora,
mi palmera bailarina).
La causa seguramente
viene de la condición:
romántico, el corazón
y soñadora, la mente.
Ahora que, señor mayor,
ya voy usando sombrero,
los hibiscos son un modo
para decir que te quiero.
(Las siete de la mañana:
mirando por la ventana
con el dolor de garganta
que la fiebre solivianta
y alivia el Espidifen,
después de llevarte al tren.)
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