Bueno sería que, perteneciendo a la misma especie, no estuviéramos con los Derechos Humanos. Así que no se trata de eso: o no sólo de eso.
Con la complacencia (debe serlo) o al menos la aceptación de nuestros vigentes mandamases, el barco Open Arms nos trae una nueva y enésima remesa de personas que han rescatado en el mar.
El fenómeno, que se viene repitiendo y que suele ser muy vistoso y con preferencia adscrito a las costas de este nuestro Sur, da para una interminable preocupación y para un indescifrable (y quizá inexistente) arreglo.
Los recursos y las posibilidades genuinas de España, por muy generosos y solidarios que se pretendan, forzosamente no son ilimitados. Y desde luego no parece un enfoque realista intentar la fórmula de un infinito camarote de los Hermanos Marx. Ni aquella frase célebre y clásica de los camareros de nuestros entrañables bares: "pasen, que adentro hay sitio".
Tampoco parece haberlo "al fondo". Si no, probemos a trasladar, a la mayor brevedad, de este Sur receptor al remoto País Vasco, o más todavía, a las climatizadas naciones nórdicas de Europa a cuanto recién llegado nos desembarquen el Open Arms y otros buques románticos y acaso bienintencionados que constituyen tales "cofradías de pescadores de hombres".
Más que nada, para ir descongestionando los ya desbordados y sureños centros de acogida y porque será imposible que tengamos palo suficiente para aguantar tanta vela.
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